Se cierran las evaluaciones, lo alumnos reclaman sus notas finales y las aulas permanecen con apenas media entrada, dentro de nada se colgará el cartel de cerrado por vacaciones. Todos quieren que celebremos el fin de curso, ¡vámonos a almorzar al bar!. Algunos ya se han sacado el carnet de conducir, ya no son niños. Hoy he visto a tres antiguas alumnas, me han dado muchos abrazos y besos, dicen que pasaban por aquí y se han acordado de mí. Me ha alegrado mucho, porque significa que he dejado huella en sus vidas. Lidiar todos los días en las aulas se hace pesado, hay veces que llegas a casa y no te queda apenas energía, ellos te la han chupado toda. Además cada curso que pasa soy más consciente del daño que la sociedad actual hace a estos chavales: consumismo, nuevas tecnologías, alcohol y drogas, padres modernos que quieren ser amigos de sus hijos y familias donde en el mejor de los casos no tienen tiempo para ellos y en el peor, son familias rotas sumidas en el caos.
Cuando empecé en esto, nunca imaginé que la diferencia generacional entre ellos y yo iba a ser tan abismal, el primer día que entré a un aula para enfrentarme sola a ella, pensé que me había equivocado, que ese no era mi sitio. Nada tenían que ver ellos conmigo a su edad. Luego fui cogiéndole gusto a las clases, y me di cuenta que era mi sitio, donde mejor me movía yo, y que me entendía mejor con ellos que con los adultos. Su nobleza no la tenemos nosotros. Hace un tiempo, descubrí otro porqué de mi sitio aquí. Es el que me ha enseñado Jesús y el cambio radical que ha producido en mi vida. Da igual lo malo que sea el día, lo mucho que discuta con ellos, lo mucho que me hagan perder la voz un día, son de los pocos que todos los días me arrancan una sonrisa, y donde veo más claro a Jesús si los miro a los ojos. Intento suplir las carencias de afecto de sus vidas que son muchas en muchos alumnos, los escucho, les aconsejo, les riño cuando debo, vamos lo que deberían hacer en sus casas sus padres. También les hablo de Dios, y les hago ver que una persona joven y con aspecto moderno, puede ir todos los días a misa, y aunque al principio les sorprende, luego lo ven algo natural. Me respetan más que mucha gente adulta de mi entorno. Quizás algún día entren en una Iglesia acordándose de las muchas veces que les digo que es el único sitio donde encuentro paz y me siento amada sin límite, y quizás, también, allí sientan que ellos son amados sin límites y que nada ni nadie les llenará como esa sensación.