Al caer la noche, te ofrezco mi día, gracias por acompañarme y velar cada segundo por mí. Gracias por no hacerme nunca sentirme sola. Cuando los últimos rayos de sol se han escondido y cuando las tinieblas parecen dominar, Tú, Señor, me recuerdas que eres la lámpara que ilumina mi noche. A tu lado no hay oscuridad que me domine porque después de la noche, el amanecer me descubre que has hecho un mundo tan perfecto que es imposible no alabarte con cada suspiro de mi corazón.
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