El otro día meditaba algo a partir de una homilía que no tuvo ningún desperdicio. Decía el sacerdote como vivíamos el tiempo en la actualidad, ¡Cuánto razón lleva! A veces nos pensamos que tenemos todo el tiempo del mundo y que nuestra vida es como un ciclo, un círculo cerrado a través del cual nos desenvolvemos. Llegan las navidades y enseguida pensamos cuando estamos en ellas, que dentro de poco llegará la siguiente fiesta, carnavales, Semana Santa...Hoy pensando en todo ello miraba hacia atrás y hacia delante, y dibuja una línea del tiempo en mi mente, pensando todo el camino que había recorrido. Es una línea muy larga que solo Dios sabe el final, pero que es un tiempo lineal, y los segundos de mi vida que han pasado, ya no volverán.
Siempre me ha parecido que había corrido mucho, pero hoy, me he dado cuenta de que el problema no radicaba en eso, sino en que me he pasado mucho tiempo sin saborear la vida, sin apreciarla, porque cuando se vive lejos de Dios, tu existencia es incompleta y sinsentido. Te apoyas en las cosas diarias y banales porque momentáneamente te alivian y te dan consuelo pero a la larga te sientes insatisfecha. Hay gente que pasa su vida así, y lo asimila o se autoconvece como algo normal, pero yo muchas veces me negaba a pensar que la vida se limitara a eso. Tanto fue así, que cuando las cruces llegaron a ser insoportables me decía a mi misma, ¡No podemos venir al mundo para esto!
Mi corazón se inquietaba porque algo en él me decía que tenía que encontrar el sentido de mi vida, no quería resignarme. Entonces el Señor ya me llamaba a voces, pero me negaba a oírlo, aún creía en ese Dios bueno, en esa deidad suprema ajena a mí. Tarde tiempo en darme cuenta que nuestro Dios está vivo, y que Jesús camina a nuestro lado fielmente, que sufre cuando sufrimos y ríe cuando reímos. Entonces encontré el significado de la fe, y para mí hay una frase de San Agustín que lo dice muy claro: Fe es creer en lo que no se ve; y la recompensa es ver lo que uno cree.
Ahora lo veo tan cercano, tan próximo a mí que a veces me llega a sorprender. Medito cada paso que doy en esa linea del tiempo temiendo que pueda ofenderle, y cuando pienso que lo he hecho, sin duda es la peor de las sensaciones que experimento; me produce inquietud, aunque a la vez siempre me da consuelo pensar en su grandísima misericordia, aquella que me levanta cada vez que me caigo. Ahora solo temo una cosa, y solo reitero una petición en mis oraciones, que aumente mi fe y que jamás deje de sentirlo como el eje vertebrador de mi vida. Asi sea.
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