Acabo de vivir la situación más complicada en el trabajo desde que llevo ejerciendo de profesora. A pesar de intentar hacer ver a una persona su error, ella no quería verlo, justificaba lo injustificable y defendía lo indefendible. Me he quedado con ese sabor agridulce que solo el tiempo borra.
Comenzaré por el principio. En el programa en el que yo trabajo en el instituto es especial. Es una clase reducida con niños que a pesar de trabajar no alcanzan el nivel que se exige, también niños con determinadas enfermedades o discapacidades. En este grupo entra el alumno del que hablo. Tiene una hiperactividad muy acusada y desde el principio he intentado por todos los medios que se enganche a las clases, motivarle y ayudarle. Pero poco había que hacer, no quería trabajar y eso es una condición indispensable para estar en el programa. Por esas condiciones especiales hemos intentado agotar todas las vías antes de expulsarlo del programa pero por lo visto para su madre no ha sido así. Ha venido hoy al centro, y me ha reprochado que solo iba allí a cobrar y a irme a mi casa; que no he comprendido a su hijo y que no le he prestado la atención adecuada, para terminar diciéndome que me deseaba un hijo igual.
No sé si hago el trabajo mejor que nadie, lo hago lo mejor que sé e intento dejarme la piel con cada uno de esos niños como si fuera mi hijo. Así lo llevo haciendo desde que comencé. No solo les enseño contenidos sino que los preparo para la vida, los aconsejo e incluso los consuelo. Y tengo la suerte que en sus ojos veo a Jesús todos los días. Tengo muy claro también lo que dice hoy el Evangelio: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten". En ningún momento he elevado el tono de voz, a pesar que ella sí, lloraba y gritaba, le he hecho entender, aunque no ha querido oír. Lo peor es que habiendo hecho más de lo que mi trabajo me exige, siempre me quedará esa sensación amarga que te deja la duda, de si estaba en mis manos hacer algo más. Menos mal que el Señor es el que dicta mis actos y mi entendimiento desde hace tiempo, y que solo Él es al que debo rendir cuentas.
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