Cuantas veces he tenido la sensación que me hundía sin remedio, que la tempestad podía conmigo. Esto solo pasa cuando dejas de confiar en Dios, cuando no sientes tu fe o es tan débil que te olvidas que el Señor nunca te abandona.
Antes me pasaba mucho, ante cualquier problema me derrumbaba, me sentía abatida y creía que era incapaz de tirar para delante. Es lo mismo que los discípulos, cuantas veces ha gritado mi interior "Señor sálvame que perezco". Ahora todo es fácil y maravillosamente distinto, aunque sienta que las olas tambalean la barca no tengo miedo de hundirme. Sé que el Señor provee y a pesar de pensar que a veces lo notamos dormido, no es así está velando día y noche por nosotros. No obstante debemos gritarle que nos salve pero con fe, y eso se hace de una forma: Orando e intimando con Él.
Sé ciertamente que hoy como ayer, la tempestad sigue agitando mi barca, que hoy como ayer el Señor está a mi lado, está en mi barca y hace calmar mi mar interior. Hoy como ayer es Jesús solo quien puede darme verdadera paz.
La fe en Jesucristo es la fuente de seguridad, el alma que confía su vida a Jesucristo, no a lo que el quiera que sea, tendrá verdadero descanso y nada ni nadie le quitará la paz.
La fe en Jesucristo es la fuente de seguridad, el alma que confía su vida a Jesucristo, no a lo que el quiera que sea, tendrá verdadero descanso y nada ni nadie le quitará la paz.
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