El otro día en clase hablaban los niños sobre el dinero, cuando uno es joven todo en la vida lo reduce a dos cosas: el dinero y la belleza. Piensan que si tuvieran todo el dinero que desearan podrían comprar todo aquello que les gusta y serían plenamente felices: un móvil de última generación, un buen coche...¡Qué pena que nadie les haya hablado más de la felicidad! Les intentaba explicar que es cierto que necesitas dinero para vivir, pero que no debe de ser el centro de sus vidas, que hay gente que con poco es feliz, y gente que con mucho es desgraciada. Da igual lo que tengas, como dice San Pablo, "Si no tengo amor no soy nada"
Al leer el Evangelio de hoy, me ha llamado poderosamente la atención en él, y es que el amor por el dinero no tiene que ver con la cantidad. Uno puede tener todo el dinero del mundo y ser la persona más generosa, o puede tener dos duros en el banco y estar totalmente subyugado a ellos. No creo que Jesús, se refiriera a la cantidad, sino a la codicia. El afán de poseer provoca la destrucción del hombre, porque le lleva a la avaricia y al amor a algo tan banal como el vil metal. Aquel que provoca y despierta los peores sentimientos en la personas. Y es algo que veo mucho, el tener te lleva a querer poseer más.
Me da pena porque esa gente jamás llega a experimentar el verdadero amor, lo material se les interpondrá siempre. Dios nos ha dado un corazón muy grande amar a muchas personas y sobre todo para poder amarle a Él. No debemos gastar nuestra capacidad de amar "amando" otras cosas, atesorando riquezas que al final de la vida no nos servirán de nada. La forma de agrandarlo es, amando a Dios que es amar a nuestro prójimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario