Acaba el día y estoy agotada, ¿Es maravilloso verdad? Es uno de esos días que no queda ni un minuto libre, que parece que en momentos me vaya a duplicar para dar a basto. Comienzo el día pensando, es un lunes tranquilo, y es lo que más me gusta, que el Señor no pierda la capacidad de sorprenderme.
La tranquilidad dura poco, después de un recreo movido me dirijo para cumplir con mis planes, terminar tareas pendientes de clase, ¡pobre incrédula! ¿Cuándo aprenderé que no soy dueña de mi vida, que nada me pertenece? Cuando voy por conserjería hay un chaval quejándose, me quedo con él e intento tranquilizarlo, está muy nervioso, se queja de que le duele mucho la espalda. Llamo a su madre e intento explicarle lo sucedido. Ella me pregunta ¿ha sido en una pelea? Entonces me extraño y me pregunto, ¿Por qué esa insistencia? Vuelvo con el chico, le miro a los ojos y no puede negarse a decirme la verdad, efectivamente ha sido una pelea. Es increíble lo que unos ojos pueden esconder, y lo transparente que te hacen a los demás, una mirada dice más que mil palabras seguidas.
Sigo mi recorrido por el pasillo para llegar al departamento, cuando veo a otro alumno sentado en el pasillo. Podría haber pasado de largo haciendo como que no he visto nada, pero no es mi naturaleza. Paro y le pregunto qué hace allí en horas de clase, y como era de suponer, no ha entrado a clase. Le explico la importancia de su acto y de sus consecuencias, y lo acompaño a su clase, allí me doy cuenta por desgracia que muchos de mis alumnos han optado por no entrar e irse al parque. No puedo hacer como si nada, así que luego les toca bronca y charla. La hora libre para mis tareas se ha esfumado. A continuación dos horas seguidas explicando y entonando palabras en clase, la voz falla pero no paro de reírme, es sorprendente lo intuitivos que son los chicos, a pesar de las broncas y las múltiples tareas de mis clases siempre buscan mi afecto. Saben que estoy ahí por ellos y que todo lo hago por una razón.
Podría seguir contando las tarde, esa que no me ha dejado ni un segundo libre. Eso sí, para Dios y para la oración siempre tengo un espacio del día reservado. Acabo el día con un dolor de piernas increíble pero con la gran satisfacción de haber por lo menos intentado hacer de mi vida un servicio y entrega a los demás. No se puede pedir más: risas, preocupación, dolor, alegría, lágrimas pero sobre todo un día lleno de amor, el que me da Jesús todos los días y el que intento reflejar torpemente a los demás. Buenas Noches Señor: En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque solo Tú Señor me haces vivir tranquila.
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