Existe tiene un lugar con un extraño sabor a hogar, familiar, y ayer más que nunca me apetecía sentirme como en casa. Al llegar mi corazón ardía de calor y sentía una sensación que es difícil de explicar, era un día de esos que la notaba más fuerte. Es una paz parada en el tiempo, solo yo y el Señor permanecemos mirándonos. No hay frío, no hay cansancio, no hay tristeza, no sé deciros el porqué pero así es. El sacerdote me recordó en la confesión que en la lucha espiritual por caminar con Jesús cualquier caída que tenemos nos desestabiliza. Que no debo dejar que el maligno me haga pensar que existen dos yo, una que es santa y está acompañada por Jesús, y otra que es pecadora y no tiene a Jesús a su lado. Me hizo ver que Cristo se encuentra a mi lado en cualquier circunstancia y que no debo creer esa dualidad en mi persona. Siempre me cuesta abandona ese lugar, me encantaría traspasar esas rejas y vivir por lo menos por un rato la experiencia de una vida solo para Dios. Me voy nueva y al sonar esta mañana el despertador me dice el Señor: Ánimo, soy yo, no tengas miedo.
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