Ayer fue un día muy especial para mí, hace un año que empecé tímidamente mi acercamiento a Jesús. Era un domingo, me acuerdo que bajé empujada por algo que no lograba entender. Hacía días que dentro de mí brotaba una inquietud que me llamaba a acercarme a una Iglesia, sentía una llamada muy fuerte. Me senté en el primer banco, esperando confesar. La verdad es que fue raro, porque cuando iba camino de la Iglesia no pensaba en hacerlo. Pero al entrar allí, el ambiente me resultaba muy familiar. Se acercó el sacerdote y me preguntó si deseaba confesar y le dije que sí. No iba nada preparada para enfrentarme a ello, pero creo que en ese momento no era yo la que hablaba, sino Cristo hablaba por mí.
Me acuerdo de esas primeras misas como si fuera ahora mismo. Eran momentos de profunda angustia, la mayoría de las Eucaristías me las pasaba llorando. Creo que era mi forma de decirle, que estaba allí, al borde del precipicio y que no sabía lo que tardaría en despeñarme. Es extraño hablar de esto porque en mi mente parece que hayan pasado muchos años, casi diría que un siglo. Lo que empezó así, continuó convirtiéndose en una necesidad, a medida que los días pasaban me daba cuenta de la necesidad de ir a misa todos los días. Sentía la fuerza que me transmitía, aunque no comprendía nada. Así me pasó con la oración, no era consciente de la necesidad que sentía de hablar con Dios hasta que empecé a hacerlo. Sin darme cuenta se convirtió en el motor que hacía que me levantara por las mañanas.
No sé si como dice mucha gente me he caído del caballo, ni tampoco sé porque el Señor se fijo en mí, y no en otra persona. Lo que sí sé es lo que ha cambiado mi vida en este tiempo. Tenía todo en la vida para ser feliz: un marido al que amaba con locura, una familia que siempre me apoyaba y un trabajo que adoraba. A pesar de ello me sentía rota por dentro e incompleta. Cuando en mi vida los obstáculos y las pruebas comenzaron a surgir, de repente sentí que no podía con ellos. Y es que me empeñaba en esquivarlos en lugar de enfrentarme a ellos. Solamente cuando entendí que faltaba lo fundamental en mi vida, fui capaz de alcanzar la verdadera felicidad. Solamente cuando dejé que Jesús entrara en mi corazón y me entregué a Él, solo así, comprendí el sentido de mi existencia. Gracias Dios Mio, porque muchos fueron los llamados pero pocos los elegidos.