ROTA Y ENTERA

El Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.







sábado, 23 de noviembre de 2013

Había una vez

Había una niña pequeña y frágil, era como un caramelo de limón que amarga en la boca pero que luego es dulce como la miel. Le gustaba la soledad aunque era una persona extrovertida, y se le daba bien relacionarse con las chicas de su edad. Se hacía la fuerte presumiendo que nada ni nadie le podía lastimar pero solo era apariencia, porque las palabras y los pequeños gestos le hacían que su corazón se encogiera como si se tratase de una pelota de goma que alguien estruja en su mano.  Así amanecer tras amanecer fue creciendo y haciéndose una mujer. Soñaba con los ojos abiertos y eso le daba muchos problemas. Asentía cuando le gente le hablaba pero casi nunca tenía su mente en las conversaciones, ella era libre y volaba por mil y un paraísos, buscando aquello que llenara su vida. A pesar de ello siempre se desvivía por los demás, daba igual quién se lo pidiera, era incapaz de decir que no a alguien. Nunca se había sentido entendida, se sentía fatigada de darse a los demás aunque sabía que era su seña de identidad, y que ese rasgo de su carácter formaba parte de ella. Tampoco buscaba agradecimientos, sabía que renunciar a entregarse a los demás, era renunciar a si misma, era renunciar a todo lo que creía, a todo lo que le habían enseñado, pero lo más significativo, a todo lo que había sentido. Era renunciar a Jesús.

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