Algunos pensarán, si Dios existe y es bueno, ¿por qué permite el SUFRIMIENTO? Digamos que Dios creó un paraíso terrenal, donde no existía la enfermedad y el sufrimiento, pero nuestros primeros padres pecaron y rechazaron a Dios. Él, que nos seguía amando, les perdonó, pero perdieron sus dones.
Considerar la enfermedad desde una perspectiva cristiana es cuanto menos complicado. La enfermedad está en todas partes y afecta a todas las clases, nadie se puede librar de ella, por tanto la gracia del creyente no nos coloca fuera de su alcance. La enfermedad nos pone a prueba como personas, nos convierte en muchas ocasiones en niños, y afecta a nuestro carácter y ánimo.
Cuando la enfermedad toca a nuestra puerta, debemos abandonarnos en brazos del Señor, aunque podemos tener la tentación de revelarnos contra Él, y pensar que nos ha dejado. No es una sensación muy desconocida para mí, durante años pensé que Dios no se acordaba de mí, me enfadé con Él, y aunque no lo negué, lo desplacé de mi vida. Fue entonces cuando empezó mi decadencia como persona, y mi muerte en vida. Perdí la perspectiva y comencé a hacerme daño gratuitamente, cualquier cosa era válida. Mi carácter cambió, pero mi exterior lo conservé, esa alegría en mi cara no se borró. El resultado fue, una amargura interior y silenciosa, un llanto ahogado, que acabó por llevarme al borde de la desesperación.
Esa forma de revelarme contra la enfermedad ahora sé que era el camino que Dios quería que siguiera para poder experimentar su amor. Para conocer la LUZ es necesario haber estado en tinieblas. Pero lo más importante de toda esta experiencia es que no me arrepiento de haberla vivido porque me ha acercado a DIOS, y me ha devuelto a la VIDA.
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