En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús:
-«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
-«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
He leído el Evangelio de hoy unas cuantas veces, cada vez que lo hago descubro algún detalle nuevo que antes no he percibido. Es curioso el egoísmo que llevábamos las personas en nuestra naturaleza imperfecta. Siempre, en lo más oculto de nuestro ser, cuando damos algo, esperamos algo. Una especie de reconocimiento, por pequeño que sea, y creo que el que diga lo contrario se engaña así mismo. Así le ocurre a los discípulos, al ver que la persona rica no es capaz de renunciar a sus bienes, buscan el reconocimiento de Jesús con esa afirmación. Quieren que Jesús les agradezca su entrega.
A mi parecer, en el seguimiento de Jesús, surge una pregunta sobre qué nos toca a nosotros. Aceptamos la renuncia, pero esperamos obtener algo a cambio. Seguir a Jesús significa elegirlo y, en la práctica, conlleva abandonar muchas cosas. Para eso debes amarlo con todas tus fuerzas, para que aunque te cueste la renuncia, al final sea algo que has anhelado, porque tu amor hacia Él lo supera todo.
Hay gente como yo que se enamora y debe de renunciar a muchísimas cosas para estar con la persona que ha elegido para pasar el resto de tu vida. Yo dejé mi tierra, a la que añoro cada minuto del día, pero quizás lo que más me dolió dejar atrás fue mi familia. Para mi un sitio lo hace acogedor la gente que en él hay, así me pasa con la que siempre será mi casa, echo de menos mi familia tanto que a veces prefiero no ir para no tener que despedirme. Nunca me han gustado las despedidas.
Con Jesús pasa igual, el seguirle conlleva ese esfuerzo y sacrificio, esa entrega generosa y en silencio. A cambio el nos da todo, una vida plena, con intensidad pero sobre todo con sentido, fundamentada en la bondad, servicio y entrega a los demás. En esa forma de vivir amando a Cristo hasta el extremo, entregándome a Él, es donde mi interior ha encontrado la paz que buscaba.
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