Hace no mucho, aunque parece que fue hace un siglo, comencé a sentir que mi vida se paraba, estaba totalmente sin rumbo. Me empecé a preguntar sobre el sentido de mi existencia, y me di cuenta que estaba perdida en la vida y que las cosas que a todo el mundo le hacían feliz, a mi no me llenaban. Me sentía como ese sarmiento que se está secando, y que solo faltaba echarlo al fuego.
Cuando empecé a descubrir que el verdadero sentido de mi vida estaba al lado de Dios, me di cuenta de lo que dice el Evangelio:
"Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”.
¡Qué gran verdad! Ahora veo que sin Él no sería capaz de seguir adelante. Solo con la unión con Cristo y con mi vida en la comunidad eclesial he sido capaz de rehacer mi vida, huir del pesimismo crónico y volver a la alegría. Después de confesar un día y otro día y al fin contar aquello que me atormentaba, he ido notando como la savia fresca de Jesucristo iba haciendo que brotara mi interior y que todo empezara a cobrar sentido. Empecé a sentirme como el sarmiento que da fruto en abundancia, e intento que ese fruto pueda ser aprovechado por otra gente.
Me siento orgullosa de ser cristiana, y quiero no solo proclamarlo, también demostrarlo. Quizás por medio de mis obras acerque a otras personas al Señor. Como diría San Pablo:
“Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.”
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