Hoy el Señor ha sido un día de esos que me ha
despertado dándome una lección magistral. Después de unos días a la deriva, me
he levantado con la sensación que me entrego demasiado, que doy mucho amor,
pero que a veces no recibo tanto. Sé que es egoísta, pero mentiría si dijera
que no es lo que sentía. Tenía muchas ganas de descubrir que es lo que el Señor
quería decirme hoy, porque alguien me dijo que el Evangelio era especial. Cual es mi sorpresa al escucharlo y meditar la reflexión, no me ha quedado más
que decir... ¡Bendito seas Señor!
Jesús pregunta tres veces a Pedro
si le ama y eso me recuerda a las negaciones. Si tres veces negó también tres
veces lo amó. El Señor
quiere que Pedro se reafirme en su amor. Además su amor es tal que quiere que
Pedro se perdone a si mismo por su traición hacia Él. No le pide explicaciones
ni le reprocha nada. Al mismo tiempo, el Señor le dice reafirmando que lo
quiere y que nada más importa, “Sígueme”.
Así debo ejemplificar mi vida de
cristiana. No importa el amor que reciba, lo importante es el amor que yo
entregue a los demás. Nada de reproches ni de arrepentimientos. La capacidad de
amar a los demás es un don maravilloso. Todos tenemos la capacidad de
desarrollarlo pero la mayor parte de la gente lo desaprovechamos. Se trata de
sacar lo mejor de cada uno. La entrega total al prójimo sin esperar nada a cambio.
Hago mía la frase de San Juan de
la Cruz: “Que ya no tengo oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio”. Me quedo con la gran satisfacción de que amo tanto que esto a veces me lleva al sufrimiento.
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