Durante mucho
tiempo a lo largo de mi vida, he buscado la paz y la felicidad, pensaba que era
terrestre y material. Estar en paz para mí, era pasar una tarde en un sillón,
tumbada con el mando de la tele, o leyendo un
libro. También la buscaba en lugares, decía ¡Qué estrés tengo!, necesito
irme a la playita unos días a relajarme. Pero ni en esos sitios era capaz de rencontrarme
con la paz. Sí, en ciertos momentos me
relajaba, aunque mi nerviosismo seguía ahí, muchas veces era incapaz de estar
cinco minutos quieta. Sentía como con la felicidad, una paz momentánea que
dependía de circunstancias artificiales y de hechos banales. La paz era un sinónimo de falta de actividad
y de preocupaciones con lo cual era imposible que tuviera paz continua.
Hasta que no he leído
hoy el Evangelio no me he dado cuenta de la importancia de esa frase
pronunciada por Jesús, y que repetimos en misa sin ser conscientes de la
importancia de ella: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". Ahí reside la
verdadera PAZ. La paz solo Dios nos la da. La paz de Cristo puede estar en
nosotros en medio de una gran actividad e incluso en medio de las tribulaciones
y los problemas, porque no es algo que nosotros busquemos. Dios nos la ofrece y
nosotros si estamos atentos y sabemos sentir y escuchar, aceptamos. Justamente
la paz de Cristo es que no tiemble el corazón que no se acobarde cuando las cosas no salen como queremos, o cuando encontramos las cruces en el camino. Es dejar que Cristo con su paz nos inunde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario