Os podía hablar de muchas cosas hoy. Pero creo que debo de hablar de esas pequeñas lecciones que a veces el Señor nos da, y que nos curan en humildad, esa de la que muchas veces carecemos, por lo menos yo. El peor de los pecados sin duda, la soberbia. Todo empieza con una imagen mental de esas que te haces de la gente, quizás por algún encuentro en el que no ha sido muy de tu agrado algún comentario o gesto de esa persona. Intentas repetirte "debo amar al prójimo como a mí mismo", pero cuando ves que eres incapaz muchas veces de hacerlo, aspiras a respetarlo, con un cordial saludo, algún gesto amable ocasional y como mucho algún favor realizado un poco por obligación.
Hoy me he bajado a la capilla a meditar un poco antes de la Eucaristía, había jaleo, pero yo metida en mi misma, pensaba en aquello que hoy me quería transmitir el Señor. De vez en cuando mi atención se perdía por la charla de dos mujeres situadas dos bancos más atrás. Allí le decía al Señor que se había convertido en el profeta de mi alma y que me diera fuerzas para que con mi torpeza de caer en el pecado no hiciera como la gente de su pueblo y lo expulsara de mi vida. De repente la puerta, entraba el sacerdote a prepararse para celebrar la Eucaristía. Al mismo tiempo una persona de esas de las que ha hablado que parece no ser de tu agrado me ha tocado el hombro y me ha dicho que quería hablar conmigo después de misa. Me ha extrañado la verdad, pero no le he dado más importancia. Al acabar la celebración con los ojos enjugados en lágrimas se ha desarrollado la siguiente conversación:
- Quería pedirte un favor- dice susurrando muy bajito.
- Dígame que puedo hacer por usted- mi cara era de sorprendida.
- Sé que eres una persona que estás muy cerca del Señor- no he logrado entender el porqué de su comentario, pero la he dejado continuar- y mi hija tiene un grave problema, ¿podrías rezar por ella?- alguna lágrima corría por su mejilla.
- No se preocupe rezaré por sus intenciones y porque usted tenga paz- ella sin dejarme acabar me ha dicho:
- Tengo paz, pero sufro porque ella sufre.
No sabía que más añadir, asi que le he dicho que era normal pero que contara con mis oraciones. Quizás si os pusiera en antecedentes de mi relación con esa mujer entenderíais mi cura de humildad. Me alegro mucho que el Señor haya logrado que esa persona me abra su corazón y la conozca de verdad para poder amarla. Hoy el Señor me ha hecho grandes regalos como siempre pero me quedo con este. Como dice la lectura de hoy debemos de estar preparados para aceptar las correcciones de Cristo: "Buscar la paz con todos y la santificación, porque sin ella nadie verá al Señor".