Ayer me daba cuenta lo desgraciada que era antes de conocer a Dios. Como me evadía y buscaba la felicidad y como siempre caía derrotada porque esa felicidad era efímera. Cuando caía, el batacazo era tremebundo. Sí no era feliz ni en momentos en los que no tenía problemas, ¿Cómo lo iba a ser cuando me sobrevenía algún acontecimiento negativo?
Cuando veo el milagro que el Señor ha obrado en mi vida me doy cuenta de algo. No me hace falta ver sus heridas para creer. Jamás le diría a Jesús que me enseñara las marcas de los clavos. Anoche me di cuenta que en mi vida se encontraba la fe viviente de que Dios existe.
Ante las situaciones de sufrimiento he encontrado a Dios. Pensaba, “Señor tengo tristeza por este problema pero no me perturba, se que estás a mi lado llevando la cruz conmigo”. Hasta en esa situación me sentía feliz espiritualmente, y todo era porque Él se encontraba conmigo. Es la razón de mi paz.
Si el Señor cree que necesitaba pasar por esta situación, es porque algo maravilloso me va a enseñar con ella. Por eso digo, que es en el dolor y en el sufrimiento, donde me doy cuenta lo que amo a Dios, y lo que el me ama a mí. Porque antes los problemas me desesperaban y me desbordaban. Ahora el sufrimiento se convierte en amor. En un amor que supera mi capacidad de entendimiento. Al pie de la cruz, contándole mis tribulaciones es donde mejor me encuentro. Donde mi vida tiene sentido.
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