ROTA Y ENTERA

El Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.







viernes, 27 de abril de 2012

Soy Jesús

   Leyendo hoy la historia de la conversión de San Pablo, han pasado muchas cosas por mi mente. Da igual las veces que la haya leído, y da igual las veces que la leeré. Normalmente los llamamientos del Señor son mucho más sencillos, menos espectaculares. No suelen llegar en medio del huracán y la tormenta, sino en los acontecimientos ordinarios de la vida. Todos tenemos nuestro camino de Damasco y nuestro Ananías que nos impone las manos. A cada uno nos acecha el Señor en el recodo más inesperado del camino.
   Los caminos del Señor son inescrutables y en cuanto menos te lo esperas te acaricia el alma y caes rendido a sus pies. El caso de San Pablo se asemeja al de otros conversos que no conocíamos a Dios y de repente un día nos encontramos con Él. Al ocurrir esto nos convertimos en unos enamorados de Cristo.    Al caerse las escamas de nuestros ojos contemplamos y vivimos la experiencia más grande, profunda y decisiva de nuestra vida. Una experiencia de gozo, de amor y de libertad: descubrir a Dios, nuestro Padre.
   Sentimos la necesidad de proclamar la verdad de la vida, nos encantaría evangelizar por donde vamos. Convertimos a Cristo en el centro de nuestra existencia. Todo pasa por Él y todo termina en Él. Nuestra identidad pasa a caracterizarse por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. El cambio es tan radical que la gente de alrededor se extraña y habla. ¿Cómo se quedaría la gente de la época cuando Saulo pasó de perseguir a los cristianos a proclamar la Palabra de Dios?
   Me quedo con esta frase que me cautiva, una de tantas que nos dejó San Pablo:
                      "ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi"

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