Las traiciones de la gente que tienes cerca son aquellas que más te alcanzan y más rasgan tu alma. Perdonarlas es complicado. Cuantas veces hemos afirmado, "Esto no se lo perdono jamás".
El Evangelio de hoy muestra el dolor de Jesús ante la traición de Judas y las negaciones de Pedro. A pesar del sufrimiento y la decepción, de dos de sus mejores amigos, la respuesta de Jesús no es de reproche, odio o desprecio. Todo lo contrario, son respuestas de ternura y afecto, los mira con todo el amor de su corazón, no lo critica ni habla mal de ellos, no busca venganza. Solamente en el momento de entregar Judas a Jesús con un beso en la mejilla , éste le recrimina su actitud diciéndole "Con un beso entregas al hijo del hombre".
Que diferente es la actitud de uno y de otro, Judas sin decir palabra lo traiciona. En cambio el discípulo amado actuó con libertad, sin esconderse y preguntando a Jesús. Estaba tan seguro de sí mismo y del amor hacia su amigo, que jamás se le pasó por la cabeza que lo negaría.
Al leer esto yo me pregunto cuál es la actitud que predomina mi vida, ¿Escondo mi rostro a Dios y cuando me equivoco busco la salida fácil? O por el contrario no tengo miedo a preguntar al Señor y enfrentarme a Él cuando me equivoco.
Lo que está claro es que Dios no se queda lejos, no se venga de nuestras infidelidades ni nos echa en cara nuestras malas acciones. Por mucho que queramos convencernos no es Dios el que se aleja de nosotros, somos nosotros los que no queremos dejar a Dios entrar en nuestras vidas. Porque el seguir a Dios significa entregarnos completamente a Él, darle todo, al igual que Cristo se entregó en cuerpo y alma.
Mi nueva vida me llena por completo, así que lo tengo claro, en el cambio he ganado. Pienso seguir perseverando esperando no negarle ni traicionarle, dejando que cada día me exija más y dándole en cada momento más. Cuando vengan las equivocaciones que serán muchas no huiré, no ocultaré mi rostro. Me postraré ante Él y me perdonará, porque infinita es su misericordia.
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