ROTA Y ENTERA

El Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.







miércoles, 4 de abril de 2012

Mi CALVARIO o Mi BENDICIÓN

    
   En estos días cuando más consciente soy del sufrimiento de Jesús camino de Calvario, medito sobre mis cruces y mi actitud ante ellas. En mi vida creo que ha habido pequeñas y grandes cruces. Las pequeñas han pasado casi inadvertidas, pero las grandes han sido muy duras de llevar. No podría expresar cual de las dos ha sido más pesada o más costosa. 
   La forma en la que yo acepté esas cruces también fue distinta. La primera con tan solo 18 años, la tomé con rabia. Solo me interesaba mi bienestar. Pensaba a todas horas. ¿Por qué yo? Era tal mi rebeldía que incluso me osaba a pensar "Con toda la gente que hay en el mundo y me ha tocado a mí". Me daba igual el sufrimiento de los demás, y empecé a sentirme lástima. La convertí en una cruz sin sentido.

   La segunda cruz fue distinta, me alcanzó en un estadio de mi vida más maduro. Así que, sentí muchas cosas juntas: rabia, dolor, impotencia y más tarde, una angustia interior que fue pudriendo mi alma y mi ser. No la compartí con nadie, me tragué la llave de mi corazón. Sentía vergüenza aunque no fuera una cruz buscada sino encontrada. Tampoco me sirvió para redimirme, ni enmendar mis pecados.

   Entonces el Señor empezó a buscarme, para ello se valió de un Simon de Cirene. Sabía que se me había hecho tan pesada la cruz que estaba a punto de abandonar. Cuando no conoces la mano de Dios, no entiendes el significado que tienen esas cruces. La razón es simple, si no le sientes, la vida no tiene sentido y tu felicidad es tan efímera y frágil que ante cualquier contrariedad te derrumbas. El Cirineo no solo me ofreció su fuerza y ayudó a cargar mi cruz, además me descubrió el verdadero significado de éstas, y me enseñó la forma de llevarlas. La clave es sencilla, en el dolor y sufrimiento de nuestras cruces está el Señor que sale a nuestro encuentro. Solo debemos abrazar esa cruz con amor y confiar en Él. Así volví a la vida.

   Hay una frase que repito mucho y que no me gusta olvidar. Fueron las últimas palabras de Jesús antes de expirar. Cuando algo me resulta difícil o pienso que no voy a poder, solo me repito: "Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

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