ROTA Y ENTERA

El Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.







martes, 24 de abril de 2012

Hablar con Dios

 
Hasta que alguien no me descubrió los grandes beneficios de la oración no me había dado cuenta de su importancia. Pensaba que rezar era pedirle a Dios aquello que necesitábamos. Cuando estaba alejada de Él, alguna vez me acostaba y rezaba un Padre Nuestro o un Ave María, pero como si lo hiciera de memoria y sin saber realmente el porqué. Cuando hace unos años apareció una cruz muy pesada para mí que no podía compartir, me acuerdo perfectamente que le dije a mi madre que me recordara como se rezaba el Rosario, sentía que necesitaba el consuelo de Dios y ni siquiera llevaba una vida cristiana. Lo llegué a rezar a diario, estaba en mi mesita y al mirarlo no entendía porque necesitaba hacerlo, solo sabía que encontraba paz. Quizás era ya un diálogo con Dios. El no poder contarlo a nadie era muy duro, supongo que el decírselo a Él era una petición de auxilio ante una situación que superaba mis límites de entendimiento.
   Ayer me decía un sacerdote que la vida de un cristiano gira en torno a la oración, que se debe encontrar en el centro de su vida. A partir de ella se empieza a conocer y amar al Dios. El diálogo íntimo y continúo con él, alimenta nuestra fe y nos predispone para buscarlo donde Él está verdaderamente presente, en la Eucarística. Nos comentaba algo que es cierto, hay que obligarse a orar. Puede que al principio nos dé pereza e incluso que nos parezca fría. Habrá días que sentiremos que la oración es vacía y que no nos trasmite nada, da igual, la perseverancia nos acerca a Dios.


 En las relaciones humanas uno no se enamora realmente de una persona sin conocerla íntimamente. Conforme hablas con ella y vas entablando una relación de amistad y de convivencia es cuando te das cuenta que la amas. Con el Señor me ha pasado lo mismo. Conforme me he relacionado con Él lo he empezado a amar, y la forma ha sido orando. Así siento que  arraigo mi fe, y aumenta mi deseo de estar más tiempo con Él y por tanto lo busco donde realmente está presente, en la EUCARISTÍA.

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